PUNTA DEL ESTE ES EL MEJOR LUGAR DEL MUNDO

PUNTA DEL ESTE ES EL MEJOR LUGAR DEL MUNDO

Acompañados por el Comodoro Juan Etcheverrito, Daniel Sielecki nos recibió en su barco, Metejón, impecablemente mantenido. Reluciente. Amable, descontracturado y muy hospitalario, nos dio una jugosa entrevista además de permitirnos una recorrida por su emblemático barco.

Estamos en el Metejón pero esta entrevista surge por los éxitos que viene cosechando en Europa el Cippino, su otro barco.

En realidad el mérito del Cippino es de un amigo, socio del Club y socio personal en el negocio que estamos juntos: Luis Gold. Hace 15 años lo encontró abandonado en el Náutico San Isidro, ¡tenía unas cucarachas impresionantes! Luis lo sacó del ostracismo. Cippino tiene gemelos, creo que son tres en total. Los otros dos ni figuran ¡y son iguales! Pero este nació con ese karma espectacular que tiene.

Luis lo rescató y lo mantuvo completamente original, cosa que en Europa no pueden entender. Vinieron a revisarlo mil veces para ver dónde encontraban el defecto, dónde nos multaban. Porque ahí tenés un rating y te multan si algo no es original. Los tipos se metían adentro y decían “esto no puede ser, esto no…” y al final venían “y si, está todo bien”. ¡Sí! ¡Está todo bien!

Ganamos regatas en Palma, en Mahón, en Barcelona, en todos lados. Y en Mónaco habríamos ganado, pero nos robaron la regata… en fin, es todo deportivo esto, no pasa nada. Salimos segundos. Luis hizo una buena campaña, pero llegó un día se cansó. “Hasta acá llegué” me dijo. Y quería exportar el barco, pero no era un barco para dejarlo ir. Entonces se lo compré. El año pasado ganamos acá la regata en Punta del Este, ganamos en Argentina, fuimos a Europa y… creo que corrimos 7 campeonatos y ganamos 6 (por lo de Mónaco). Ahora lo deje allá porque este año vamos a correr las regatas de Italia y de vuelta todas estas que corrimos en 2017.  Los europeos saben que venimos ¡y ya están todos preocupados! (risas). Ya están todos ajustando, haciendo velas nuevas; les movimos un poco el mercado.

¿De qué origen es la tripulación que corre en el Cippino?

Son todos argentinos, una satisfacción que ya tenía en el Delphis, otro barco en el que corrimos. “Ese le había ganado al Cippino”, recordó Etcheverrito. Sí, le ganó acá; cada vez que vino ganó. La misma gente, unos ocho tripulantes; alguno más se suma en Europa. Son tipos que viven ahí y conocen los vientos. En Mónaco y en Cannes, necesitás un experto en vientos. Por ahí ves un barco que está a 200 metros y decís “¿y este qué hizo que va tan rápido?”. Las montañas generan correntadas de viento y tenés que conocerlas. Acá es igual pero más fácil, sólo hay dos o tres correntadas.

¿El equipo se conoce desde hace muchos años? 

Sí, el Delphis comenzó a correr hace unos 10 años. Abrimos un Mundial en Alemania, corrimos en muchos lugares. Pero es gente joven que estudia y trabaja, a veces tengo que sacarlos de su rutina. Por supuesto que salirte de una rutina para quedarte tres meses en Europa no está nada mal, por lo que a veces unos van y otros vienen.

¿Dónde está matriculado el Cippino?

En el Yacht Club Argentino, pero allá yo digo que es uruguayo y que vivo en Punta del Este (risas).

¿Usted es uruguayo?  

Sí, de casualidad pero sí. Bah, de casualidad no sé… mi mamá estaba acá cuando nací en Punta del Este. Mi familia es argentina aunque tengo familia uruguaya también: cruzaron a Uruguay hace como 70 años.

¿Alguna vez cruzó el océano navegando? 

No, lamentablemente no. Lo mandás arriba de un barco. Iba a ir navegando pero no dio el tiempo, porque toma como 60 días. Tarda menos, pero tenés que parar, son barcos antiguos, está en perfecto estado pero la madera, cuando estás en el medio del mar y le das y le das, se afloja y en realidad vas a correr una regata; no podés dejar que llegue y tener que mandarlo a un astillero a arreglar. Es muy posible que este año después de correr la regata, cuando vuelva, vuelva navegando.

¿Y ahí sí estaría?

El cruce lo voy a hacer, no sé si todo pero de Canarias a Fernando de Noronha, en Brasil, sí. Quiero hacerlo porque es una experiencia pendiente.

¿Cuánto hace que navega? 

Toda la vida; empezamos a navegar acá en el grupo Punta del Este, con los Sloops. Tengo 60, empezamos hace 50… ¡no, hace más años! (risas). Veníamos acá al Yacht, donde había un cuaderno con los nombres de los barcos y vos te anotabas en qué barco y a qué hora salías. Llevaban hasta 7 tripulantes. ¡Y había que hacer cola! Navegabas 2 horas; te sacaban a pasear hasta que tenías más experiencia y alguna vez –si todo venía bien– te dejaban salir con tu gente sin un instructor. Y salimos en Sloop, ahí empezamos a navegar. ¡Algunos barquitos están acá todavía! Recorríamos la bahía y una vez por temporada íbamos a Gorriti y podíamos bajar, era muy severo el tema, no era fácil. Si llovía tenías que salir igual; así aprendimos.

¿Ha corrido regatas como la Rolex o similares?

Si, hemos corrido muchas, nosotros teníamos un barco durante muchos años que se llamaba Fjord VI, era un barco de Germán Frers (N. de R: diseñador naval argentino de fama mundial), muy ganador, fue el último barco que hizo Germán (padre) de regata, después de ese barco ya empezó el hijo. Y ese barco corrió la Admiral’s Cup en Inglaterra, corrió en Río y muchas regatas más. Cuando Frers lo vendió se lo compramos, allá por el año 1976 y corrimos muchas regatas. Fue una muy buena experiencia; además vinimos con el barco a Punta del Este 20 años por lo menos. Todo el verano acá.

¿Nunca dejó ni por un rato la navegación o la náutica?

No, la náutica es una pasión. Cuando vengo a Punta del Este, me quedo en el barco. Si me decís que vaya afuera, no salgo. ¡Me quedo acá! Voy a comer al Yacht y vuelvo. Y este es mi Punta del Este, digamos (risas). La náutica nos enseñó a todos. Papá no era náutico; tenía un tío que era fanático. Cuando nosotros teníamos 3 ó 4 años él tenía un barquito que se llamaba Soledad. Tenía 11 metros, chiquitito, pero para nosotros era enorme. Él nos metía a todos adentro ¡y a navegar! Íbamos de Buenos Aires a Colonia, a Riachuelo, al San Juan. Después tuvo el Skipper, luego el Pampa, el Meditación 1 y el Meditación 2. Fanático fanático mi tío; mi primo tambien. Todos. 

"CORRER EN UN CLÁSICO PERMITE VIVIR LA VERDADERA ESENCIA DE LA NAVEGACIÓN"

Justo iba a preguntarle cuándo y cómo nació su fanatismo.

Eso, junto con mi tío que nos enseñó a navegar, nos llevaba y nos tiraba. Los muchachos de hoy son todos de lujo: vienen llenos de glamour, ¡nosotros no teníamos nada! (risas). Llegábamos y mi tío se ponía en la marina a lavar. Y hasta que el barco no quedara perfecto (¡tenía que brillar!) no nos podíamos ir. Dale y dale con cepillo. Toda la vida fue así.

Eso me hace acordar al Maestro de Karate Kid… “encerar, lustrar”.

¡Tal cual! Nosotros con el Fjord no teníamos marinero. 20 años vinimos con el barco acá y nosotros lo lavábamos, lo lustrábamos, todo; es una obsesión que tenemos todavía. Si llega a caer una miga en el piso… mi tío decía “una miga = una cucaracha”. Entonces no puede haber una miga, yo acá ando con una aspiradora, ¡si alguien tira una miga yo acá paso la aspiradora! (risas).

Santiago Lange nos contaba que en un velero se aprenden muchas cosas; entre otras, a vivir sin lujos.

Eso es verdad. En un velero tu mundo es eso y tenés que convivir con la gente, tenés 5 cuchetas y tenés que estar, convivir en el baño, en la cocina y tener todo prolijo. Hasta el más desordenado termina siendo prolijo.Hoy por suerte la tecnología ayuda mucho; podés tener una tablet para entretenerte, por ejemplo. Y tenés motores más confiables. Nosotros de cada 5 ó 6 veces que salíamos con el barco, ¡3 volvíamos sin motor! Entrábamos hasta acá adentro a vela! Hoy ponés uno de estos motores Yanmar y está todo fenómeno, nosotros teníamos motores Volvo viejos, se rompían, se quedaban con aire, qué se yo… de todo.

 O sea que el crecimiento va muchos aspectos. Desde ser ordenado hasta aprender a “meter mano” en un motor descompuesto. 

Navegar es una disciplina; es casi militar. No podés equivocarte. Es decir, no es como un avión donde una equivocación puede llegar a ser una tragedia, pero las equivocaciones te cuestan. Si estás navegando una regata, tiene que haber un capitán. Y tenés que hacerle caso, porque si te equivocas perdés. Y no querés perderla, para eso estás. 

A pesar de eso, también favorece el trabajo en equipo. 

Si no hay equipo, no hay barco. En un equipo hay que entrenar muchísimo, no subís a bordo a cualquiera –para pasear un ratito si, pero para navegar no–. Me acuerdo cuando Luis (Gold) cruzó el Atlántico en su velero en 1992, cuando se hizo una regata España – Bahamas por los 500 años del viaje de Colón. Eran 7 tripulantes. Me acuerdo porque viví con él el proceso de selección de la gente: ibas a estar 30 días a bordo con un tipo y a algunos los querés tirar al agua. Tenés que conocerlos, mandarlos a un psicólogo… ¡Él hasta los hizo operar! Porque si estás en el medio del océano y le da una apendicitis a alguien, estás frito, no hay cura. Entonces sí, es un equipo, definitivamente. En cualquier ámbito de un barco. 

¿Se aprende algo en cada salida? 

Absolutamente. Es más, en un barco la prolijidad es fundamental, sobre todo cuando tenés velas. Recuerdo una vez navegando, un amigo mío prende un cigarrillo… teníamos un spinnaker que era espectacular. Se le va la brasa al medio y ¡bum! se oyó como una explosión, ¡se incendió! Por suerte no pasó nada, pero hasta el más pequeño detalle influye.

¿Qué anécdota podría contarnos?

Una en el Cippino. La regata en Mónaco la perdimos por dos segundos: en 18.000 segundos de regata, ¡perdimos por dos segundos! Yo lo atribuyo a que llevé a un amigo que pesa 100 kilos y si en 18.000 segundos sacábamos 100 kilos del barco, ¡te juro que no perdía! Entonces estábamos llegando, ya vi que perdíamos y le dije “¡tirate al agua, tirate al agua!”, total, estábamos ahí… No lo pudimos tirar, ¡éramos siete tratando de tirar al tipo al agua a ver si ganábamos segundos! (risas). Son las cosas divertidas que pasan, digamos.

¿Lo llegaron a tirar?

No, no llegamos, ¡se agarro así! (gesticula riendo). Pero bueno, cuando ganás una regata tenés mucha satisfacción. Después de mucho trabajo en equipo, invertir tiempo y esfuerzo, es muy reconfortante.

¿Cuál fue la mejor victoria?

Qué se yo, tendría que buscar… con Cippino puedo destacar la de Mahón, porque fue la Copa del Rey, es la más disputada del Mediterráneo, la que la gente quiere ganar. Y apareció Cippino, que nadie conocía y ganó. Fue una gran satisfacción. Es dificil ganarla de vuelta, muy dificil: ganás por 10 ó 20 segundos, raspando. Son todos profesionales, tipos súper organizados. ¿Sabés lo que pasa? La náutica moderna de regatas está muy sofisticada, todo carbono, chicos de 20 años que tienen recursos y hacen que sea difícil participar. Con un olímpico de 25 años te meten 10 ursos en un barco, todos súper regateros y ya casi no tenés lugar. Y te preguntás “¿yo que tengo que hacer acá?” Si vas, te sentás en la popa y mirás… ¿Y qué hicieron los Anielli, los Bertelli y demás? Dijeron “vamos a poner los clásicos; ahí podemos navegar, somos nosotros”. Y se juntan con amigos.

Son más auténticos.

¡Y sí! Hay menos sofisticación, menos movimiento eléctrico; es uno mismo. Vivís la pasión realmente. Porque te subís a uno de los regateros de la Volvo por ejemplo, y es imposible. Son máquinas; como un Fórmula Uno. ¡En la American Cup van a 70 kilómetros por hora! Hay momentos que pasás horrible: te mojás, pasás frío, a veces te mareás, comiste mal y querés llegar, “por favor ¡¿dónde está el puerto?!”.  Llegás, te bajás, mirás el barco… y te olvidás de todo. ¡Te preguntás si sos masoquista! (risas). Al día siguiente querés volver, es automático.