UN MEMORABLE PRIVILEGIO PERSONAL
“En marzo de 1997, una noticia recorrió el mundo: uno de los cañones del mítico HMS Agamemnon, hundido en 1809, había sido recuperado del fondo de la bahía de Maldonado (Uruguay). La ubicación exacta de los restos del barco fue el desenlace de una larga investigación y los datos aportados por Anthony Deane, entonces comodoro del Yacht Club Punta del Este, fueron decisivos para identificar el naufragio.
Horacio Nelson asumió como capitán del Agamemnon en 1793 y desde ese momento lo consideró “sin excepción, el mejor en servicio”. Unido al barco por innumerables hazañas –y tal vez por haber recalado en la Bahía de Nápoles hacia un primer encuentro con Emma, Lady Hamilton– el Agamemnon fue siempre el favorito de Nelson.” 1
1 Contratapa del libro “Agamemnon. La pasión guerrera de Lord Nelson” de Anthony Deane, 1998. Ediciones Aguilar.
Colaboración cortesía de Mariano Lovardo
Veinte años después de aquella noticia, del 17 al 21 de abril de 2017, asistí como parte de mi instrucción, a un Training Course de especialización dictado por la Fundación OLAS (Latin American Underwater Alliance, USA) y la NAS (Nautical Archaeology Society, UK) que se realizó en la ciudad de Punta del Este, Uruguay, con el patrocinio de la UNESCO y el Sistema Nacional de Museos Uruguay.
Al mismo tiempo, y aprovechando la reunión de tantos científicos en el lugar, la National Geographic Society realizó un documental sobre el estado actual de uno de los naufragios más importantes de los muchos que ocurrieron en la Bahía de Maldonado. El del H.M.S. Agamemnon.
El día 25 de abril de 2017, al desembarcar en la Isla Gorriti, los miembros del equipo nos dirigimos cada quien a desarrollar su respectiva tarea asignada durante las reuniones previas y, debido a ello, en pocos minutos ya no estaría a la vista de nadie. Por este motivo, se decidió establecer una hora para reunirnos nuevamente en el muelle a fin de no distraerse de la única posibilidad de embarcar de regreso hacia puerto de Punta del Este.
Entonces, utilizando mi detector de metales, con expresa autorización y a solicitud del Msc. Alejo Cordero, a cargo del Departamento de Arqueología y Comisión Del Patrimonio Cultural de la Nación, encuentro en una de las playas de la isla lo que –de acuerdo a las señales indicadas en el detector– debiera corresponder a una pieza de hierro cuyas medidas aproximadas llegarían a unos 2,50 metros. Además consideré que el artefacto (para entonces sin excavar y por completo oculto a la vista), insinuaba las formas de una pieza de artillería orientada hacia el sur.
¿Podría tratarse de alguna de las piezas de artillería que se menciona en las crónicas del naufragio del H.M.S. Agamemnon? De ser así, este cañón contaría con una trascendente carga histórica, pues habría formado parte de la dotación del navío de línea británico que fuera favorito del vicealmirante y máximo héroe naval británico; Vizconde Horatio Nelson. En la bitácora del referido navío, se asentaron acciones de enormes consecuencias históricas como las guerras revolucionarias francesas, la batalla de Copenhague, la batalla del Nilo y otras, pero principalmente, la batalla de Trafalgar (21 de octubre de 1805). En dicha acción, sus cañones participaron nada menos que de la captura del navío español Santísima Trinidad, para entonces el barco más grande y poderoso en el mundo.
Una vez detectada esta tentadora hipótesis, procedí a señalar sobre la arena de la playa tanto el sitio como sus dimensiones y la dirección en la que apunta el supuesto artefacto, a fin de registrar todos estos datos fotográficamente junto a sus coordenadas geográficas.
Tras reunir esta información, personalmente anuncié las buenas noticias a la Dra. Lorena Palacio en el momento de reencontrarnos a bordo del trasbordador y, más tarde esa misma noche, a Alejo Cordero y Valerio Buffa, arqueólogos a cargo de esta campaña. 21 días después y luego de numerosos intentos fallidos por navegar de regreso a la isla por cuestiones climáticas, finalmente embarqué con las herramientas requeridas para realizar el relevamiento de la señal registrada con el detector de metales. Durante todo ese tiempo repasé en mi mente una y otra vez la información comunicada a los científicos, pues aunque estaba convencido de haber dado con un cañón, posiblemente no debí aseverarlo y quizá fue precipitado de mi parte comunicarlo de forma tan categórica ya que aquel día no excavé la señal. Incluso y de ex profeso ni siquiera llevé una pala conmigo. Por lo cual y hasta no retirar el material que ocultaba la pieza, todo remitía a mi experiencia personal.
Una vez de regreso en el lugar, me encontré que el mar había trasladado casi por completo la arena que antes cubría y ocultaba la pieza detectada, por lo cual la ilusión pasó a contexto.
Es algo probable que esta circunstancia se haya repetido numerosas veces durante los pasados 208 años, luego que el cañón fuera abandonado en la rompiente; por lo que podemos suponer la alternancia de ciclos en el cual el artefacto haya quedado expuesto y a la vista o –por el contrario– sepultado y oculto bajo una cubierta de arena.
Pero si a esta presunción le añadimos el reducido número de visitantes que recibe la isla en este sitio específico por encontrarse apartado del recorrido turístico tradicional, las posibilidades de que se conociera su existencia se reducen notablemente. Pero aun así, aquellos que eventualmente pudieran haberle notado difícilmente imaginarían que este cañón en particular tiene un origen muy distinto a los otros que en gran número pueden encontrarse diseminados por las 21 hectáreas de la isla.
Lo primero que advertimos al verle ahora expuesto es que –según lo aventuré– el mismo es en efecto de hierro y su boca apunta casi directamente al sur.
Una inspección más detallada revela que dicho cañón se encuentra dado vuelta. En otras palabras, su parte superior, donde podríamos esperar encontrar algún grabado o inscripción y su correspondiente oído, está oculta a la vista por quedar enterrada y hacia abajo. Hubiera sido necesario darle vuelta con la ayuda de un par de robustas palancas y, aunque si me lo hubiera propuesto posiblemente lograría volcarle, opté por no intentar modificar el estado actual del artefacto, dejando la decisión de la intervención a criterio de los científicos. Entonces, mi tarea se restringió a constatar que la suposición del hallazgo de un cañón fuera acertada y a registrar fotográficamente sus diferentes medidas, calibre y posibles detalles.
De este relevamiento surge que uno de sus muñones se encuentra roto, lo que nos permite arriesgar que éste debe habérseles quebrado a los propios marinos durante las maniobras de rescate y al momento de descargarlo de la chalana, pues de otra forma, si se encontraba quebrado desde antes, es lógico suponer que se hubieran ahorrado el poco tiempo del que disponían y le hubieran dejado a bordo del navío que zozobraba. Esta observación naturalmente explica que optaran finalmente por abandonarle luego del riesgo que significó rescatarle del naufragio y aún cuando ya lo tenían sobre la playa.
La medición del diámetro del ánima (dato que revela el calibre del arma) arroja una medida de 12,5 centímetros, muy similar a las requeridas en un arma de calibre de a 18 libras. Al comparar los registros de la Royal Navy, encontramos que el ánima de una pieza de artillería de a 18 libras debe medir 5.04 pulgadas, que equivalen a 12,8 centímetros. Esta diferencia en el ánima se explica porque la medida actual se encuentra reducida a consecuencia de la corrosión del metal, tras quedar dos siglos expuesto al ambiente marino.
El H.M.S. Agamemnon estaba armado con 64 cañones, 26 de ellos eran como este, habiendo 13 en cada banda de la segunda cubierta.
En resumen, no quedan dudas con respecto al origen de este cañón y ello incluso nos indica el sitio donde según la investigación documental se encontrarían otros cuatro cañones de la misma procedencia, abandonados a corta distancia bajo el agua por motivos que se intentarán determinar en futuras campañas.
Un hecho que merece destacarse respecto de estos cañones del Agamemnon es que se trata de los únicos que actualmente se sabe –a ciencia cierta– que participaron en Trafalgar.
Mariano Lovardo
Investigador Arqueológico
Los cañones de hierro, a diferencia de los de bronce, sufrían gran deterioro debido a su continua exposición al ambiente marino durante las prolongadas singladuras de la flota y tras ser disparados continuamente en combate, se los substituía a su regreso a Inglaterra para verificar su operatividad. Esta táctica tenía por finalidad la de constatar que las piezas de artillería continuaran siendo seguras de disparar tras la reconocida cadencia de fuego en la Royal Navy. Hoy nos referiríamos a este asunto con el nombre de “fatiga de material”.
Según los registros históricos, todos los cañones utilizados en Trafalgar fueron eventualmente fundidos en algún momento para reutilizar su metal a medida que el armamento fue resultando obsoleto, o bien terminaron en el fondo del mar dentro de sus respectivos navíos. No obstante, sabemos que estos cañones en particular son una increíble excepción.
Tras la batalla de Trafalgar, el Agamemnon regresó a Inglaterra para la revisión general de rutina. Durante tales revisiones los cañones eran usualmente reemplazados en el arsenal de Woolwich. Dado que la vida útil de un cañón no se mide en años, sino en la cantidad de veces que fue disparado, es de suponer que luego de la batalla de Trafalgar éstos se hubieran desembarcado para proceder a reemplazarles por otros nuevos. Sin embargo, cuando se consultan los archivos en el arsenal de Woolwich, descubrimos que tanto el listado de cañones como otros detalles registrados cuando ingresó el navío a revisión, son por completo idénticos a los que portaba cuando salió. En otras palabras, su armamento no se reemplazó y desde aquel momento el Agamemnon no se presentó a ninguna otra revisión.
De los 64 cañones que transportaba, 18 se registraron como rescatados del naufragio por la propia Royal Navy en los días siguientes al accidente. De manera que los que aún permanecen en el pecio son los únicos cañones ingleses que fehacientemente participaron en la batalla que cambió el rumbo de la historia.
(Continuará en el próximo número).