Un verdadero apasionado por el mar
Experimentado, de perfil bajo y una amabilidad superlativa, Jorge Ferioli nos recibió en su velero Cahuimpi para compartir una charla sobre sus pasiones: el mar, los autos y Punta del Este.
Entrevista por: Santiago Core
Fotografías: Natalia Ayala
¿Cómo nace su vínculo con el agua y con Punta del Este?
Los dos son muy antiguos: con el mar es prácticamente antes de nacer porque mi abuelo era marino de guerra, mi tío era marino de guerra y yo fui marino de guerra. Hice los seis años de Escuela Naval, terminando con un viaje de instrucción en la fragata Libertad. Mi vínculo con Punta del Este (PDE) comienza después que me casé; no dejamos de venir ni un solo año. Siempre vinimos con nuestros hijos, luego con nuestros nietos, así que es nuestro segundo hogar. También vengo con amigos, fundamentalmente en el barco. Tenemos muchas vivencias así que para nosotros PDE es algo que forma parte de nuestra vida.
¿Cuándo se mudaron a vivir aquí?
En junio de 2020, aunque seguramente volveremos a Buenos Aires a visitar a nuestros hijos y nietos que están allá, pero el foco va a estar sin duda acá. Estamos encantados con la calidad de vida en PDE, que es diferente a la del verano. Hay momentos del verano que te agobian, pero ahora no. Esto es exactamente el polo opuesto y la calidad de vida es óptima. Es una paz permanente, hay seguridad, la gente es muy amable y educada y eso hoy tiene un valor enorme.
¿Cuánto tiempo lleva como socio del YCPE?
El otro día tuve una reunión en el Club, salió el tema, me preguntaron y dije “hace como 15 o 16 años que soy socio”. Llamé a Secretaría ¡y resultaron ser 23 años! (Risas)
¿Desde cuándo tiene barco?
Desde los años ’80. Este (el Cahuimpi) es mi segundo barco oceánico; lo tengo desde hace 10 años. El anterior era un Victory 49. También tengo el Mero II.
¿Siempre lo trae a Punta del Este?
Si si, siempre. Venimos y volvemos en el barco, es más, a veces en vez de volver a Buenos Aires nos vamos directo a Mar del Plata.
No se lo manda traer entonces… (risas)
¡No! ¡Acá la pasión es genuina! (Ríe). Es algo genético, va conmigo. Además es un lindo programa para hacer con amigos. Tengo un grupo que siempre está a la espera de que los llame… ¡dejan todo y salen corriendo a embarcarse!
¿Qué experiencias de navegación nos puede contar?
Corrimos muchas regatas de Buenos Aires a PDE. El cruce a Mar de Plata es muy lindo; obviamente hay momentos en que te enfrentás con tormentas que son desafíos grandes –enormes muchas veces– y no la pasas tan bien, pero ni bien llega el primer día relativamente bueno uno olvida todo y empieza a disfrutar nuevamente. Las tormentas son parte de la vida náutica y hay que saber enfrentarlas. ¡Nunca desafiarlas! Pero luego sentís la satisfacción de haberlas superado porque exigen todo de uno; algo para lo que la navegación te forma. La vida a bordo es muy atractiva, no tenés un minuto para que te aburras ¡especialmente en las regatas!
¿Cree que la náutica forja a las personas?
¡Absolutamente! La náutica es una escuela de vida. Por eso soy un fanático de los Optimist, porque ahí desde muy chiquito aprendés que tenés que ser responsable porque tu seguridad depende básicamente de vos, lo podés disfrutar o podés tener un problema. El mar nos vuelve a todos primero responsables, luego solidarios, porque en un barco todos dependemos uno de otro, principalmente en los momentos difíciles. Se forma un equipo que cuanto mayor es la adversidad más unido debe estar y se convierte en un grupo que disfruta de trabajar juntos con mucha responsabilidad y respeto, pero también con una gran solidaridad, cualidades que se aplican en todos los órdenes de la vida.
¿Qué nos puede contar de sus regatas en Europa?
Corrí varias, recuerdo una en los festejos de los 500 años del Descubrimiento de América. En 1992 me invitaron a correr en la fragata Libertad. Viajé a Cádiz; fue muy linda. Ese año también estuve embarcado en el Fortuna I. Son momentos muy particulares, muy agradables. No te los olvidás nunca.
¿Y con sus barcos?
Acá ganamos algún segundo y tercer puesto con el Cheers y con el Cahuimpi, pero no son barcos de “regata regata”.
¿Tiene tripulación fija?
En estos dos si, somos todos amigos. En el caso del Mero II tuvimos una tripulación con profesionales, otra con amigos, pero en el Mero II son solo seis tripulantes. En este entre ocho y diez. Digamos que para una regata normal, ocho tripulantes está bien. Si es larga, diez.
¿Qué nos puede decir del Mero II?
Es un Cutter inglés de 30 pies que perteneció al Comodoro Juan Gorlero, que hoy nos permite tener el gran placer de navegar en un barco de ¡más de 100 años!
Y habrá tenido que restaurarlo, me imagino.
Sí, tuvo tres procesos de restauración entre el anterior dueño y yo. Ahora está realmente muy bien, tenemos que disfrutarlo. Acá venimos habitualmente a las regatas de clásicos y el año pasado estuvimos participando en regatas en Mónaco y en Cannes.
Daniel Sielecki nos contaba que los coleccionistas son como “arrendadores” de las obras de arte: las “alquilan” para preservarlas para la humanidad.
Exactamente, yo también pienso así. El concepto es el mismo, en el sentido de que uno lo que hace es preservar para futuras generaciones algo que es un patrimonio mundial que de otra forma podría perderse. Un barco o auto por ejemplo, son obras de arte en movimiento. Y el proceso de coleccionismo es interesante porque primero te entusiasma, después despierta pasión y luego se crea un compromiso. Una vez que encontrás algo que te interesa lo querés restaurar, lo que requiere sentir mucha pasión porque los procesos son largos y hay que dedicarle mucho esfuerzo, buscar toda la información y disponer recursos, tiempo y paciencia. Después cuando ya está restaurado uno tiene que mantenerlo y ese es el gran compromiso.
Hablemos de su otra pasión: los autos. ¿Cómo surge?
De chiquito, un amigo de mi familia que vivía cerca de casa tenía un auto sport y yo iba al autódromo junto con mi padre a ayudarlo en las carreras; era muy chico así que no lo podía ayudar mucho. Tendría 8 ó 9 años pero estaba enamorado del auto… Muchos años más tarde –las vueltas de la vida– me interesé en averiguar dónde estaba: lo habían comprado y se encontraba en Mónaco. Llamamos a quien lo tenía y dijo “no no, yo no lo vendo”.
¿Y qué auto era?
Un Allard-Cadillac. Y el hombre me dijo “No lo vendo, me encanta el auto”, “Si cambia de idea llámeme” le respondí, pero no llamó nunca. Un día voy a correr las Mil Millas en Bariloche, eran 170 autos, 340 personas, quizás un total de 400 personas que íbamos a cenar todos juntos. Entonces me siento en una mesa cualquiera y el que está al lado mío –un amigo que justamente está acá en Punta del Este– me comenta “Mirá, me compré tal auto, está en un garaje cerca de Marsella, que es un viejo molino y justamente al lado de mi auto está el Allard-Cadillac que corria en Buenos Aires”. “¿Pero qué hace ahí?” pregunté. “Está en venta” respondió mi amigo. ¡Nunca compré un auto tan rápidamente! Y así es como lo que era mi sueño de chico se hizo realidad. Se ve que estaba destinado que fuera mío porque si él no me lo comenta o si no me siento a su lado… (risas)
¿Qué tipo de autos son los que más le gustan?
Los autos de carrera y autos Sport.
De carrera ¿pero de qué tipo?
De Fórmula. La mayoría de los coches que yo tengo son así, lamentablemente ahora estoy un poco más alejado de ellos porque es difícil traerlos acá, están todos en Buenos Aires.
¿Tiene autos de Fórmula 1?
Sí, tengo un Lola de 1962, es maravilloso. Corrí con él en Mónaco. Tiene un motor Coventry Climax de ocho cilindros y 234 HP. Pesa unos 600 kilos y es de los últimos coches que no tienen ayuda aerodinámica, es un tubo. También tengo un Williams de 1980 –que piloteó Carlos Reutemann– y un Maserati 350F de 1956, un “cochazo” que manejó otro piloto argentino, Froilán González.
¿Y autos Sport?
Uno de mis preferidos es una Maserati 200 que es una verdadera escultura. Me gustan los autos asociados a la velocidad, no me imagino un auto estático. Los autos son para andar y disfrutarlos y si se rompen se rompen… pero uno tiene que disfrutarlos porque –además– ¡yo creo que al auto le gusta! (Risas)
Por más utópico que suene ¿imagina un Gran Premio de F1 en Punta del Este?
Creo que es posible. Acá ya hay historia de coches de fórmula corriendo en la ciudad en los años ’80. Fórmula 2 Codasur, Fórmula 3 Sudamericana y recientemente la Fórmula E. Ahora bien, la F1 tiene requerimientos mayores como la longitud y calidad de la pista, excelentes boxes, elementos de seguridad especialmente siendo un circuito callejero, etc.
¿Algo como un mini Mónaco?
Totalmente, eso sería lo lindo. Pero obviamente habría que hacerlo fuera de la temporada de verano, sería imposible si no. Lo bueno es que le daría un gran empuje al turismo. Está claro que el desafío sería muy grande, pero –como todas las cosas de la vida– hay que intentarlo. Yo sueño con que un día se pueda hacer; nada es imposible.
¿Cómo ve a Punta del Este ante la “nueva normalidad” y esta inmigración en la que hay mucha gente pensando en venir a vivir e invertir? ¿Es una oportunidad para Punta del Este?
Las nuevas normalidades surgen como consecuencia de una anormalidad previa y en este momento Punta del Este particularmente está rodeada de anormalidades que se pueden transformar en normalidades virtuosas. Siempre la imaginamos como un lugar de veraneo; hoy estamos descubriendo que puede ser un lugar de residencia y ese es el salto que puede tener y que generará una serie de demandas que redundarían en un crecimiento importante. Frente a eso lo que se vuelve fundamental es que ese crecimiento potencial –que esperemos se transforme en algo real– esté cuidadosamente planificado de manera que su desarrollo sea ordenado e inteligente. Tendría que ser una obsesión mantener el ADN de Punta del Este, su charm que la hace tan particular, tan distintiva. Como toda oportunidad, tiene también sus desafíos: puede ser virtuosa si se la conduce bien, de lo contrario se puede transformar en un problema.
Anécdotas
I. Haciendo historia en el Atlántico Norte
En 1966 estábamos en Halifax, Nueva Escocia (Canadá) en el viaje de instrucción en la Fragata Libertad próximos a la zarpada para cruzar el Atlántico rumbo a Europa. Honrando la gran tradición marinera de esa región, las autoridades le pidieron al Comandante que vea la posibilidad de zarpar a vela, es decir sin motor. ¡Y ese día tuvimos la suerte que había una brisa favorable que nos permitió comenzar a navegar nada más que a vela, con cuchillas y trinquetillas! Allí estaba el barco Bluenose II, sucesor del famoso Bluenose I, un ballenero canadiense tan rápido y famoso que está acuñado en las monedas de 10 centavos canadienses. (N. de R.: el Bluenose II es el actual Embajador Náutico de Nueva Escocia, conózcalo en bluenose.novascotia.ca). Empezamos a navegar, pasamos frente a los buques de guerra canadiense y americanos amarrados en el puerto, el Bluenose II nos seguía atrás. Salimos a mar abierto y estuvimos navegando un día con poco viento, pasamos por Cape Race y ahí nos alcanzó un centro de baja presión con muchísimo viento, con rachas de hasta 50 nudos ¡y nosotros con todas las velas desplegadas! Navegábamos a 17 Nudos y 25º de escora. Rifamos varias velas, la vida a bordo era durísima, vivíamos permanentemente escorados, se caía todo, no podías comer… pero era fascinante ver esa lucha contra el mar embravecido y la manera que se comportaba la fragata.
Pasó ese centro de baja presión y el Comandante manda a cambiar todas las velas rifadas y reparar a cabuyería que se había roto. Navegando con rumbo a la isla Dursey, Irlanda, ¡nos alcanza otro centro de baja presión! Nuevamente fuertes vientos de popa y excelente velocidad hicieron que finalmente completáramos el cruce del Atlántico Norte al sur de la isla de Dursey en 6 días y 21 horas. Amarramos en el puerto de Dublín y allí ya se hablaba de que el tiempo que habíamos hecho era muy bueno, pero antes de zarpar de Dublín le avisan al Comandante que ¡habíamos batido el récord del cruce del Atlántico a vela! Fue impresionante. Cuando estuvimos en Londres también lo confirmaron y a partir de ahí en todas nuestras entradas a puerto la gente hacía colas y colas para poder visitar el barco.
II. Una sorpresa tras otra
Otra anécdota del viaje de instrucción fue tan simpática como inesperada: estando en Halifax, salí con un grupo de tres amigos y caminando por la ciudad se me ocurre decir que quería conocer una granja canadiense, para ver cómo eran. “Déjate de embromar” dijeron mis amigos, pero siendo como soy insistí tanto que al rato estábamos averiguando en una oficina de turismo. “Llamen a este número, digan quiénes son y coordinen” nos dijeron.
Llamamos y atendió una señora; nos presentamos y ella dijo “por favor llamen más tarde; mi marido no está ahora porque está pasando inspección a la Primera División de Destructores”. Cuando cortamos nos dijimos “¿Y ahora qué hacemos? ¡El tipo es Marino!”. Luego de discutir qué hacer, si seguir adelante o no, finalmente lo llamamos. Resultó ser muy amable y nos dijo que al otro día un auto nos pasaría a buscar y nos llevaría a la granja. Y así fue. Al mediodía nos llevaron a comer a un pub que era del señor (que era propietario de una marca de cerveza) y luego a la granja, realmente era hermosa. Pero la anécdota vino luego…
Al regresar, la persona que nos llevó dijo “El Capitán Oland los espera hoy a las 20:00 en su casa”. “¡Pah! ¿Qué hacemos?” nos dijimos. “Bueno, muchas gracias, ahí estaremos” respondimos. Recuerdo que compramos un muy lindo ramo de rosas, venía en una caja enorme. Cuando llegamos a la casa, nos atiende el Capitán con uniforme de gala y la mujer con un elegantísimo vestido largo. “¡Wow! ¿Y ahora qué?” pensamos. Entramos, nos atendió muy amablemente, recuerdo que cuando pedimos algo nos dijo “pasen a la cocina y sírvanse”, todo muy relajado.
Y en un momento dice “Bueno chicos, yo voy a una reunión con mi esposa y quiero que me acompañen”. Imaginate nuestras caras… Subimos los seis al auto, llegamos a un castillo estilo Tudor, todo iluminado. Él caminaba adelante, la mujer atrás y luego nosotros cuatro. Cuando entramos, estaba toda la plana mayor de la fragata Libertad rindiéndole honores a él… ¡y a cuatro cadetes propios! (Risas). ¡No entendían nada! Por suerte el Cap. Oland habló muy bien de nosotros y zafamos, pero la sorpresa fue enorme… ¡de los dos lados!