Una mujer con pasado, presente y futuro en el mar
Bióloga Marina, Campeona Mundial en Snipe, competidora olímpica e instructora de vela, Mariana Foglia (40) vive su vida alrededor de botes, Juegos Olímpicos y (ahora) galletitas ecológicas personalizadas
Santiago Core & Mathías Buela
Fotos: Cortesía de Mariana Foglia
¿Cómo te decidiste por los deportes de vela?
En realidad fue algo medio impuesto por mis padres. Mi padre sobre todo, que ya navegaba en el club y cuando éramos chicos con mis hermanos no había opción de no aprender vela. En esa época había doble turno de lunes a viernes todo el verano, nos pasábamos el día en el club hasta las 5 de la tarde.
Mi hermano fue a cuatro Juegos Olímpicos, el primero fue en Atenas 2004 y a partir de esa época empezamos a competir a nivel mundial y pensando en una campaña olímpica. Ese mismo año con mi hermana ganamos el mundial de Snipe en Noruega. Tuve que decidir entre hacer el viaje con el Capitán Miranda como bióloga o ir al Mundial porque coincidían las fechas. Decidí hacer el viaje, dejé a mi hermana con otro tripulante pero después de 20 días llamo a mi casa desde el puerto de Fortaleza (Brasil) y mis padres me dicen que mi hermana está por descartar la idea de ir al mundial y me preguntaron si no podía desembarcar e ir al Mundial con ella. Le pregunté al capitán del barco si existía esa posibilidad y me dieron permiso. Desembarqué en Estados Unidos y de ahí fui a Noruega para encontrarme con mi hermana. Conseguimos un barco que estaba medio viejito y tuvimos que arreglar un poco, no teníamos entrenador y a nadie que contara los puestos para saber qué estrategia seguir, así que íbamos contando nosotras los barcos para adelante y para atrás. Terminaron las finales, habíamos ganado… ¡pero nosotras nos enteramos tres horas después que todo el mundo! (risas).
¿Qué ventajas y desafíos enfrentas –viniendo de una familia dedicada al deporte– al armar tu propia familia alrededor del deporte?
Es todo muy natural, corrés como por un canal de naturalidad en todo lo que hacés y armar el día; el programa y la rutina es casi automático. El desafío tiene que ver con eso mismo: que porque todo sale tan natural y automático no te pierdas de otras cosas o del sentido por el que las hacés. Es necesario preguntarte si es el camino que querés hacer, porque creo que eso sucede cuando te metés de lleno en el deporte y empezás a entrenar duro; hay un montón de habilidades que hay que empezar a desarrollar porque tenés que tener disciplina, constancia, estar enfocado… y te vas creando como una plataforma desde donde vos actuás con un objetivo que te va impulsando. Cuando el deporte se termina, hay como un corte muy abrupto porque una cosa es tomar la decisión de dejar a nivel mental pero hay un montón de trayectoria atrás que tiene que empezar a incursionar por otros terrenos. Entonces yo creo que el desafío es aprender a cambiar el chip cuando es necesario.
Tu faceta más conocida es la de velerista pero también sos bióloga. ¿Cómo has combinado esas dos facetas?
Cuando me dediqué de lleno al deporte dejé el trabajo que tenía en la DINARA (Dirección Nacional de Recursos Acuáticos) en la parte de pesca artesanal. Mientras trabajaba estaba haciendo una maestría para la que me había ganado una beca, entonces me quedé con la beca porque eran tiempos que podía manejar mejor que los del trabajo porque era un horario determinado. En ese momento estaba estudiando, trabajando y entrenando, así que decidí dejar la parte del trabajo físico para dedicarme más a la maestría y al entrenamiento con miras a que cuando pasaran los JJOO yo retomara mi carrera. Al final no fue tan así porque te vas metiendo y tu vida empieza a cambiar y hay un eje central alrededor del cual se mueven y se toman todas las decisiones de tu familia; nosotros mirábamos el calendario deportivo primero y después tomábamos las demás decisiones. Eso me fue alejando de mi carrera –sin cerrarle la puerta totalmente– pero quedó en stand by.
Mi estudio de la maestría fue un estudio ambiental en mamíferos marinos, en la parte de metales pesados. Hice un análisis toxicológico de metales pesados en franciscanas (un tipo de delfín que habita nuestras costas) y como siempre estaba vinculada con la parte de mar y me gustaba navegar me fue bastante fácil pensar en desarrollar mi parte académica complementándola con la parte de vela. De hecho hace poco el Comodoro me pidió que arme un proyecto para que el Club apueste a la concientización de temas medioambientales. Entonces ahí veo una posibilidad para volcar los conocimientos que me llevaron tanto esfuerzo y estoy muy motivada para poder hacerlo.
Estamos empezando contactos con ONGs y una de las ideas es poder darle herramientas a los chicos para que aprendan a pensar como un científico en el sentido de que aprendan a observar la naturaleza para saber qué tienen a su alrededor, cómo funcionan las corrientes, cómo funciona el mar, qué pasa cuando hay viento. Empezar a unir las variables e integrarlas, porque eso te da muchísima información y además observando la naturaleza te conocés a vos mismo. Creo que se está gestando algo muy lindo. Si eso deriva en algo de investigación ¡estaría buenísimo!
También te desempeñas como instructora de vela en el Yacht Club Punta del Este. ¿Qué satisfacciones y desafíos te plantea esa actividad?
La enseñanza del deporte a vela es fascinante. Las personas se muestran tal cual son cuando se suben al barco. Entonces la navegación termina siendo como un vehículo para conectarse con uno mismo y con el grupo con el que uno salió. Por supuesto que aprendemos a navegar, se enseña toda la parte técnica pero una de las cosas que más me gusta es ver cómo la persona se comporta a bordo. Pensar “no es lo mismo que fulano esté al timón y que mengano esté haciendo de tripulante” porque todos responden de manera distinta a esos roles. Me gusta buscar la manera adecuada para enseñarle a cada persona. Aparte en la categoría que yo estoy tenemos gente desde los 13 años hasta más de 50, es un grupo muy diverso pero ahí estamos todos bajados a la misma línea del mar. Esa plataforma permite una expresión lindísima, es una experiencia muy rica.
¿Hay machismo dentro de los deportes acuáticos? ¿Has encontrado obstáculos de género que se deban solucionar o crees que la vela podría ser un ejemplo a seguir?
Sé que eso existe y que la vela tiene una representación masculina mucho más grande que de mujeres pero a mi no me tocó vivir situaciones en las que me sintiera mal. En Snipe por ejemplo, donde yo me formé como competidora, éramos un grupo de 4 o 6 mujeres y 18 hombres. Pero había muy buena camaradería, había mucho complemento entre lo que aportábamos nosotras y lo que aportaban ellos. De hecho, en los campeonatos a los que viajamos cruzábamos las tripulaciones, se daba mucho compañerismo, entrenábamos muy bien juntos. En algunos países no es así, dependiendo de la categoría mujeres y hombres no se juntan para navegar.
Me acuerdo que en Brasil fuimos a correr un Nacional de la categoría Snipe que, por su nivel competitivo, tiene nivel mundial. Eran como 80 barcos y nosotras quedamos entre los 12 primeros –o por ahí– pero en una regata quedamos cuartas y le ganamos en la línea a un brasileño: el hombre se enojó mucho, pero no por perder ¡sino porque el barco con el que perdió era tripulado por mujeres! Esas cosas no pasaban en nuestro equipo, por eso no me pasó de verme trancada por ser mujer pero sé que existe. Me han contado de becas que se dan solo a hombres y a las que las mujeres no tienen acceso y cosas así, pero no lo he vivido en carne propia. También creo que es un deporte para conocer cómo se comporta el sexo opuesto, porque podés ver cómo hombres y mujeres resuelven situaciones, cómo piensan, cómo sienten.
¿Fue difícil tomar la decisión de, momentáneamente, no competir a un nivel tan exigente?
Hace muy poco “me cayeron todas las fichas juntas” de que le había puesto tanto de mi energía al deporte que cuando tomé la decisión de parar fue como que la energía seguía funcionando para eso… ¡pero yo ya no estaba haciendo eso! Tenía que madurar un montón de cosas, adaptarme a otras… y en un momento me sentí súper triste porque el deporte era todo para mí y pensaba “¿ahora dónde está esa chispa? La perdí, se me fué”. Y en realidad no, mi aprendizaje en esto fue que la energía siempre salía desde la misma fuente, solo que antes estaba empapada solo por el deporte y ahora está empapada por otras cosas. Pero mi fuente primaria de energía y de sentirme bien con lo que hago tiene que ver con algo más profundo y no solo relacionado al deporte como yo elegí para ir a los JJOO.
Pero… llegó el Covid-19, se suspendieron los juegos y a pesar de eso mi esposo (Pablo Defazio) decidió quedarse allá entrenando (en España y Francia) y nosotras estuvimos de acuerdo en acompañarlo y vivimos una experiencia muy linda como familia. Pero claro, la idea era vivir en Japón dos meses y medio, y todo eso Pablo lo está viviendo recién ahora. (N. de R.: esta entrevista se realizó en los días previos a los JJOO Tokio 2020-21). Entonces y aunque es duro, voy entregando todo de mí y la manera más linda de apoyarlo es que mis hijas lo vivan bien, que sientan el poder que tienen los sueños, que se motiven con todo esto. Yo tengo muy buena comunicación con Pablo en ese sentido y sé que también él cuenta con mi apoyo moral desde acá. Me doy cuenta de lo feliz que es ver a la otra persona cumplir un sueño que también tú anhelas. Ese es el mayor mensaje que les puede quedar a mis hijas: disfrutar de ver a otras personas cumplir sus sueños, en este caso de su padre.
En algún momento expresaste tu deseo de equilibrar tu rol como madre y también ser atleta. ¿Cómo lo vas llevando?
Siento que la estoy peleando pero sé que es necesario pasar por momentos turbulentos porque son oportunidades para crecer, para conocerte a vos misma y otras facetas que quizás no sabías que tenías. Hoy estoy en un día especialmente optimista (risas) y pude ver la belleza de esa turbulencia que al final me va a dejar un lindo aprendizaje.
¿Qué planes tienes a futuro? Sabemos que estás con un emprendimiento de galletitas…
Las galletitas nacieron como producto del viaje a Francia, a partir de observar la naturaleza. Tenía tiempo porque con mis hijas no nos movíamos de la casa donde estábamos (que daba a una laguna) y las galletitas era algo que podíamos hacer todas. Era una forma de mantenernos en actividad porque yo veía que esto iba para largo. Empecé a hacer galletitas con formas de la naturaleza y después se me ocurrió ¿por qué no representar paisajes de la naturaleza? Ahí empecé con la idea y la verdad que encontré un lugar para volcar la parte más lúdica o más creativa en la cocina y eso fue gracias a que no estoy en Tokio.
Siempre me gustó cocinar pero buscar la manera de hacer las galletitas, buscar ingredientes orgánicos, los colores que uso para la decoración los hago yo, son producto de vegetales y no uso colorantes artificiales. Eso está conectado también con la parte sustentable y con mi faceta de bióloga, entonces es algo en lo que me puedo volcar y me nace mucha creatividad cuando lo hago. Eso a su vez me pone muy optimista; me genera muchísima alegría hacerlas. Ahora saqué una colección olímpica y a quien fue psicóloga deportiva nuestra le dije que encontré en esas galletas una forma de procesar el “duelo”, un vehículo que me permite expresar mis sentimientos y pensamientos. Es una forma de vivir los juegos también a través de ese producto y creo que me va a ayudar a cerrar un ciclo. Creo que a nivel personal se está cerrando la etapa de participar en los JJOO, pero voy a seguir viviéndolos desde otro lugar porque también sé que en mi familia van a haber más juegos por delante.