Cuando las ganas superan a todos los miedos
Cruzar un océano navegando a vela es una travesía inolvidable, pero ¡¿hacerlo a remo?! Sin lugar a dudas es un hito que marcará un antes y un después en la vida de las personas: Sofía Deambrosi (29) nos cuenta su experiencia
Santiago Core & Mathías Buela
Fotos: Cortesía de Sofía Deambrosi
¿Cuál es tu relación histórica con el océano? ¿Cómo surge esa pasión?
Nací y crecí en Montevideo, mis abuelos tenían una casa en Punta Colorada (Maldonado, Uruguay) y aunque siempre fui muy deportista, de chica no hacía vela. Sin embargo, siempre estuve muy apegada al mar, mi padre era muy náutico, siempre relacionado con lanchas, deportes acuáticos, etc. Y desde chica mi momento favorito era cuando podíamos ir al mar, fuera invierno o verano.
¿Cómo surge la idea de la travesía?
En el 2018 yo estaba pasando por un montón de cambios, cambié de trabajo y terminé una relación de mucho tiempo; entonces estaba buscando algo grande para mí, algo que me diera un propósito y un proyecto. Hacía tiempo que venía leyendo sobre gente que había hecho cruces transatlánticos como Amyr Klink, que hizo África-Sudamérica por ejemplo. Siempre me llamó la atención, pero nunca era el momento adecuado por tiempo, por dinero o por lo que sea. Entonces me di cuenta de que ese era un buen momento para encarar la carrera y me dije: “OK, es ahora, lo quiero hacer”.
Es una travesía que une un montón de cosas que a mí me encantan: me encanta el mar, me encanta remar, implica un compromiso con el equipo, disciplina, no hay ningún otro deporte para el que te levantes 5:30 AM un sábado con lluvia y tengas que estar ahí para las otras 8 personas, sacrificando lo personal por el grupo, y yo me enamoré de ese concepto. A su vez, siempre fui de ir para adelante, de motivar a quien lo necesite, porque me gusta hacerlo y esta carrera también me permitía desarrollar eso.
¿En qué momento redoblan la apuesta con la idea de hacer la travesía en una embarcación sustentable?
Cuando empecé a formar el equipo también me pregunté: “¿qué quiero lograr con esto?”, porque era un desafío enorme y me di cuenta de que se podía usar como plataforma para algo mayor, algo que sea de verdad importante para nosotras. Y desde mi época de facultad, especialmente desde que me mudé a Bristol, me empecé a interesar por la contaminación de los ríos, de los canales, en cómo esa contaminación llega a los mares y océanos. Y cuanto más lees, más se te abren los ojos a los problemas que hay. Entonces decidimos que queríamos colaborar con la causa por mínimo que fuera el aporte.
¿A qué obedeció la decisión de que el equipo fuera solo de mujeres?
Como fui quien empezó a armar el equipo, en principio la idea fue mía, pero a medida que se iban sumando integrantes también buscamos que las decisiones fueran compartidas. Por lo general la gente que hace esta clase de aventuras son hombres con muy buen estado físico, atletas, militares o ex-militares; personas con una formación física y mental ya hecha, muy preparados. Entonces eso frena a mucha gente que quiere hacer estas cosas pero que piensa que por no tener la misma formación no lo puede hacer. Así que nuestra idea fue formar un equipo de gente “normal”: yo peso 60 kg, mido 1,70 m, tengo un trabajo de oficina, más normal que yo no hay. A su vez el año anterior, de los 35 equipos que participaron en la carrera solo 5 eran de mujeres o incluían mujeres, el remo de por sí es un deporte dominado por hombres y en este tipo de aventuras extremas más aún. Armar un equipo de mujeres era una manera de mostrar que 4 chicas normales como nosotras también lo pueden hacer, que cualquiera lo puede hacer.
Describinos la embarcación: ¿cómo era? ¿Qué sistemas de ayuda a la navegación tenía? ¿Con qué seguridad contaba?
El barco tenía 8 metros de largo, con 4 metros de cubierta y 2 metros en cada cabina donde entra una persona más o menos cómoda y ahí teníamos unas colchonetas para descansar. No había mucho confort, pero poder estar en horizontal ya era ganarle al día. En la cabina de la popa también tenés el timón y todos los instrumentos, había menos espacio para un colchón entonces al acostarte quedabas con la mitad del cuerpo en la cabina y la otra mitad en el casco. Teníamos un teléfono satelital que una vez por día o una vez cada dos días hablábamos con un contacto que teníamos en tierra y nos pasaba el pronóstico del tiempo y los elementos. Con eso decidíamos qué íbamos a hacer.
Como baño usábamos baldes: uno para higienizarnos y otro para las otras necesidades, con lo que había en el barco nos las ingeniamos. Así como en la Fórmula 1 los autos deben tener ciertas especificaciones para poder competir, en esta carrera los botes deben tener, dependiendo de la cantidad de personas a bordo, determinadas dimensiones, peso, capacidad de carga, etc. Para nuestro caso solo hay dos astilleros en el mundo que construyen barcos de remo oceánico.
Todos los barcos de ese tipo son autosuficientes con paneles solares y baterías, ninguno tiene motor, pero el nuestro fue diferente por los materiales utilizados y el método de construcción. La fibra de vidrio fue producida con energía renovable, la resina fue de origen orgánico vegetal en vez de petroquímico y el material de mayor volumen fue el plástico 100% reciclado que vino de un reciclaje de 10.000 botellas de 500 ml de uso único.
Esto permite que cuando se termina la vida del barco es más fácil separar esos elementos de nuevo para reutilizarlos individualmente. El astillero al que compramos el barco hacía tiempo que venía investigando maneras alternativas de construir, pero nunca lo había hecho porque estaba esperando al equipo correcto que quisiera encarar este proyecto. No quería hacer un barco así y dárselo a cualquiera porque le interesaba que lo usara alguien a quien le importara la sustentabilidad.
¿Cómo realizaban tareas diarias regulares como comer y dormir?
Llevamos 50 litros de agua de emergencia, pero teníamos una unidad de desalinización que trabaja con ósmosis inversa y nos permitía potabilizar agua de mar. Remando 12 horas por día tomás, por lo menos, un litro de agua cada dos horas; además la usábamos para higiene personal, para enjuagar ropa que estaba llena de sal, etc. Desalinizábamos 40 litros de agua por día.
Con respecto a la comida calculamos que el viaje nos iba a llevar un máximo de 55 días, aún si nos tocaba muy mal tiempo o nos íbamos de curso. La mayoría de la comida era deshidratada en envases de plástico 100% reciclables y con el agua que hacíamos a bordo hidratábamos la comida y de ahí salían la mayoría de nuestras calorías. El resto eran chocolates, barras, galletas de avena, manteca de maní; cosas altas en calorías, pero más fáciles de comer porque era importante tener cosas simples. En el medio del mar te estás mareando constantemente o como estás remando tanto tiempo el cuerpo no te pide comer mucho porque tenés que estar quemando calorías siempre y es incómodo remar llena.
¿Cómo fue la dinámica de grupo en el océano?
El barco siempre se estaba moviendo. El standard nuestro era: “reman dos, descansan dos”, yo compartía cabina con una de las chicas y cambiaba con ella; yo remaba dos horas y después seguía ella dos horas. Las otras dos chicas rotaban entre ellas. Algunos días remábamos de a tres, lo que significa que remás tres horas y descansás una; en la tercera hora podés parar y tomar recreos pequeños. En la realidad teníamos descansos de una hora y cuarenta minutos, pero siempre estás agotada, de 6 descansos diarios dormíamos en dos o capaz que en tres. A mí, por ejemplo, me tocaban dos descansos con oscuridad, uno con atardecer, otro con amanecer y dormía un poco menos que las demás, pero te acostumbrás.
Después del tercer día todo te duele entonces todos los días pasan a ser muy similares en el sentido de que siempre estás salada, siempre estás mojada porque no hay chance de estar seca. Teníamos equipos para tormentas como camperas grandes, pero no querés remar en eso, es súper incómodo, te morís de calor porque empezamos con 26 o 27 grados, a mitad de camino teníamos 36 grados y ya llegando a Antigua hace más y más calor, hay días que no corre una gota de viento, no tenés sombra porque la cubierta está completamente expuesta. Tuvimos mucho tiempo de preparación para saber lo que íbamos a estar encarando, pero no lo vivimos porque nosotras entrenamos en la costa sur de Inglaterra con 8 grados en las noches de verano. Al menos podíamos practicar las dormidas cortas, la rotación, el cambio de guardia y el traspaso de información.
La comunicación era muy importante porque con la chica con la que compartía cabina estábamos encargadas de la navegación. Como estás cambiando cada dos horas, la que viene de afuera avisa si hay algo en el horizonte o si pasó algo, y la que viene de adentro te avisa lo que está viendo en el GPS, si apareció algo en la radio, alguna llamada en el teléfono satelital. Esa información era fundamental. También anotábamos en un pizarrón las velocidades promedio y los rendimientos.
¿Vieron animales?
Vimos orcas un par de veces. La primera vez era en la noche siguiente a Navidad, se acercaron al barco hasta estar al lado, en la oscuridad contamos 8. Parecía que estaban tratando de entender qué era el barco porque empezaron a hacer círculos alrededor de nosotras y las escuchábamos comunicarse por abajo del agua, apagamos todo y nos poníamos a pensar de qué estarían hablando (risas). Unos días después se acercaron 4 o 5 más, pero esas no estuvieron tanto tiempo y se fueron. Después vimos ballenas Minke, que se mueven de a una y tuvimos una que se quedó con nosotras un par de días. Iba y volvía, la veíamos un par de horas, después desaparecía. En parte me hubiese gustado disfrutar eso un poco más porque después del día 1 me acostumbré a que la ballena estaba ahí y pasó a ser parte de lo normal y era como “¡ahí está de nuevo!” hasta que un día no apareció y nos quedamos todas como extrañándola. Es majestuoso ver una ballena, nunca había visto una desde tan cerca.
Y un día estábamos remando y de la nada vemos un par de delfines saltar a lo lejos; de repente vimos otros y otros y otros más. En cierto momento eran cientos de delfines moviéndose en grupos de 5 o 10 ¡y los más cercanos pasaban por arriba de los remos! No podíamos creer lo que estaba pasando. Gracias a dios no vimos tiburones, aunque un día nos avisaron que había a cinco millas nuestras más o menos. Más cerca de Antigua empezamos a ver aves y cosas más tropicales.
¿Cuál fue el momento de mayor tensión o miedo?
Es raro porque siempre estás alerta, entonces no es que no tenés miedo, pero ese miedo siempre viene acompañado de un sentimiento de “somos cuatro”, nunca estás sola para resolver nada. Hubo algunas noches con tormentas grandes en las que no podíamos remar de a dos porque no podés coordinar los movimientos y no ves nada, entonces mientras una rema la otra frena el barco. Decidimos que mientras una rema las otras tres descansan. Esas noches sin luna llena no ves venir las olas grandes, solo las escuchás y una vez se nos dio vuelta el barco. Era una guardia en la que estaba remando yo sola. Aunque el barco es bastante inestable está diseñado para que vuelva a posición solo, las cabinas son estancas. Había tres chicas durmiendo en las cabinas con las puertas cerradas. Vino una ola enorme que desestabilizó el barco, quedamos a través del viento, una segunda ola lo llenó de agua, al no tener tiempo de desagotar se dio vuelta y yo caí al agua. En esa situación entrás en un modo operativo automático de solucionar problemas. Nosotras no habíamos practicado dar vuelta el barco y salir, pero lo habíamos discutido. Habíamos imaginado distintos escenarios, pero por más que planifiques todo el plan nunca va a salir como lo pensaste.
Yo estaba atada al barco, quedé abajo, pienso de qué lado tengo que salir, para dónde se va a volver a dar vuelta el barco, de dónde vienen las olas, las chicas dentro de las cabinas no pueden salir hasta que la embarcación esté fuera de peligro; al mismo tiempo teníamos bidones de agua y bolsas colgando con peso y uno de los remos que se partió y la pala había quedado trancada abajo y no dejaba que se diera vuelta del todo… Había que empezar a resolver cosa por cosa, rápido pero sin pánico para poder pensar. Logré subirme a cubierta y me puse a remar para sacar el barco de estar atravesado a las olas y el viento. Las chicas me escuchaban pero yo a ellas no, entonces el desafío era mantener la calma mientras cada una hacía lo que sabía que podía hacer para mejorar la situación y así salimos. Después, poniéndolo en perspectiva y hablando de lo que pasó te das cuenta del riesgo que corriste, pero en el momento no pensás en el miedo que te da la situación.
¿Cuál fue el momento que más disfrutaste?
Quizá no parezca muy distinta de otras situaciones, pero me pasó una tardecita en la que estaba remando sola en la puesta de sol y puse la música que me gusta a mí: mucho rock argentino y uruguayo. Estaba escuchando La Vela Puerca y tenía el atardecer detrás de mí entonces cada tanto miraba por arriba del hombro para no perdérmelo; tenía esa vista que había tenido un montón de días pero a la que nunca le había dado el 100% de mi atención. Entonces tenía la música no muy alta para que las chicas durmieran, estaba sola… Yo creo que durante los días no me terminaba de caer la ficha de lo que estaba pasando y ese día me cayó y fue un sentimiento enorme de conexión con el mar, capaz que fue uno de los momentos de mayor felicidad que tuve en toda mi vida ¡aunque no estaba pasando nada! Solo estaba remando sola en la mitad del océano y todo era hermoso y perfecto.
¿Desde qué lugar querés seguir colaborando con la cuestión ambiental?
Quiero seguir trabajando con el tema de los océanos, estoy hablando con la gente de la Clipper Race que tienen un programa para trabajar con gente joven para encarar la sustentabilidad y cuidado de los océanos. Por otro lado, también estoy hablando con gente del Yacht Club de Punta del Este para hacer cosas en Uruguay. También quiero proyectar mi vida hacia el lado de la navegación y la vela entonces quiero encontrar un lugar en el que pueda equilibrar la faceta de la vela y el cuidado del medio ambiente porque hay gente interesada y hay gente a la que le importa, pero también hay una parte enorme de la industria marina donde todo es de plástico y nada se recicla.